lunes, 20 de febrero de 2017

La brújula

La palabra carcinoma consigue que no sepas dónde estás, que pierdas el rumbo. Al menos, ese es mi caso. Pero, a veces, hay que perderse para encontrarse. Ese también es mi caso. Ha sido necesario perder el control de mi existencia para empezar a encontrarla. ¡Disfrutando de mis contradicciones!
Volver a encontrar los puntos cardinales de mi vida me está llevando mucho tiempo. En todos estos meses ha habido días en los que me orientaba a la perfección y, por el contrario, también los ha habido en los que no sabía ni por dónde salía el sol. Pero con el tiempo, se aprende a vivir con esto, te vas encontrando, y poco a poco, esas piezas del puzzle vital, que tras la sacudida del diagnóstico salieron disparadas, van volviendo a encajar.
Llega la radioterapia, y con ella, todo termina de cobrar sentido. La verdad es que si no fuera porque tener que pasar por unas sesiones de radioterapia implica que hay posibles células malas, se lo recomendaría a todo el mundo. Sobre todo, a los que no encuentran el norte.
De todas las etapas que he quemado, es la menos traumática, al menos de momento y ya voy casi por la mitad. Mi tratamiento consiste en una dosis total de 50 Gy que atravesarán mi cicatriz y mi espacio supraclavicular en veinticinco sesiones, una cada día. 2 Gy diarios para terminar de encontrarme. Me he librado de la radiación en la axila, pero vamos, ya puestos a enchufar la tostadora, me habría dado igual.
Antes de las sesiones te hacen un escáner, para determinar dónde es más probable que quede alguna célula loca y perdida, y sobre todo para conocer con exactitud dónde están los órganos para no achicharrarlos. Yo que soy una amazona de las zurdas, agradezco esta precisión y meticulosidad, ya que gracias a estos miles de cálculos no me fríen el corazoncillo, que de momento, aún funciona.
Cuando sales del escáner te regalan la brújula torácica. Cuatro puntos de tinta negra tatuados en la piel, formando una cruz, constituyendo lo que será la nueva rosa de mis vientos. En mi caso, además de marcarme sobre el tórax el norte, sur, este y oeste, tengo un punto extra apuntando al noroeste. Siempre me costó orientarme y debió verse en el escáner... Con ellos consiguen que durante las sesiones siempre te pongas en la misma posición, que no te desorientes, que la máquina sepa cuál es el rumbo fijado.
A simple vista estos puntos cardinales apenas se ven, pueden incluso confundirse con pecas o lunares, pero yo los conozco y cada vez que los miro, sobre todo el norte que es el que más veo, me digo a mi misma : -Ya sabes hacia dónde vamos, no te vas a volver a perder .
Y con la brújula nueva, recién tatuada, empiezan las sesiones. Mi hora son las seis de la tarde, de lunes a viernes, en el mismo sitio y con la misma gente; un montón de perdidos como yo con sus nuevas brújulas. Conozco los nombres de los que entran antes que yo. Está Paco, el hombre de bigote que siempre se coloca en el mismo asiento de la sala de espera. Victoria, una amazona de las mías, que siempre va con su marido, que también tiene un bigote enorme. ¡Qué diferencia con la sala de espera de la quimio, aquí casi todos tenemos pelo! Y muchos más, que por tener la sesión después de mi no sé sus nombres, pero conozco sus historias.
Las sesiones son cortas, por no decir que cortísimas. Te colocas en la camilla, brazo izquierdo sobre la cabeza, cabeza girada 45º al lado contrario y lo más importante, una vez que los técnicos han alineado su norte con el tuyo, ya no te puedes mover. Respirar y pestañear sí te dejan…
Los técnicos se van de la sala y ahí te quedas, rodeada de soledad electromagnética. ¿Qué mejor momento para reencontrarse?
Los dos primeros días los pasé mirando a mi alrededor. El campo de visión es limitado por la posición de la cabeza, y la curiosidad grande. No se ve nada, no se siente nada, no duele, ni pica, ni quema. El tercer día la curiosidad inicial había desaparecido y decidí contar los segundos que dura la sesión. Cuando va a incidir el haz sobre ti, se enciende una luz roja en la sala y suena un pitido que indica que hay rayos X de alta energía sueltos. El acelerador lineal (o tostadora) aparece por mi este, como el sol, y hace cuatro paradas antes de desparecer por mi poniente torácico. Cuatro paradas de veintidós segundos en cada una, más cinco segundos extra en las dos últimas paradas. Noventa y ocho segundos, y se acaba la sesión.
A pesar de lo cortas que son, se agradece este parón diario. Da igual si al salir te esperan un millón de asuntos pendientes, lo ajetreado que haya sido tu día o lo que te ha costado aparcar. Da igual incluso si media hora antes te han robado la cartera (aún tengo la esperanza de que me llamen porque la han encontrado y me devuelvan la documentación). Durante los minutos que estás sobre la camilla, el resto del mundo se para, y yo también, ya que no puedo moverme.
Así que, lo mejor es cerrar los ojos y pensar. Y encontrarse. Hay días muy trascendentales en los que me lamento por estar ahí, inmóvil, enferma. Hay otros días en los que me felicito por haber llegado hasta aquí, inmóvil, curada, orgullosa de haber superado las etapas anteriores. Y luego hay otros días en los que simplemente no pienso en nada, o sigo el consejo de mi sobrino cuando no puede dormirse, hacer un abecedario de animales…Ardilla, ballena, cachalote, delfín, elefante…pero nunca lo termino. ¡No hay animales que empiecen por x ni w!
Hoy cumplo 24 Gy, ya veo la luz al final de este largo túnel, y cuando salga de él…sabré donde está mi norte.

Yegua, zorro… y fin del tratamiento.

2 comentarios:

  1. Para que puedas terminar tu lista de animales te he buscado estos:
    Wallaby es un mini canguro, wapiti un ciervo, xarda una caballa y xenopus una ranita.
    ¡Aúpa Luchi!

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    1. Ahora que ya tengo los animales haré uno de rocas, o minerales. O de ambos!!! Un millón de besos

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