domingo, 18 de septiembre de 2016

Frozen y la eternidad

Mañana vuelvo a las sesiones y espero que mi alma, perdón, mi hígado estén recuperados y pueda retomar la rutina, porque las sesiones se están convirtiendo en parte de mi vida diaria y aunque pueda parecer un síndrome de Estocolmo, las echo de menos.
La falta de noticias de estos doce días es una buena noticia, días relativamente tranquilos, sin tantos altibajos, con un poco más de calma y con infinitas ganas de volver a la carga.
Quiero aprovechar este “verano informativo” para retomar temas que dejé en el tintero; tenía demasiada información y poco tiempo, y tuve que priorizar a la hora de ir narrando mi historia.
Volvamos al mes de mayo. Sólo recordar aquellos días, hace que se me ponga de punta el poco pelo que ha resistido a las sesiones que llevo, y el nuevo que me está creciendo. Notición: este parón y el cambio de quimio ha permitido que me haya empezado a crecer el pelo. ¡No todo iba a ser malo!
He leído hace poco el informe de la psiquiatra que me vio las semanas posteriores al diagnóstico y, entre otras cosas, en él decía que había tenido que tomar decisiones sobre la eternidad. ¡Qué bonita manera de hablar de la congelación de óvulos!
Cuando me diagnosticaron la enfermedad, me dieron la posibilidad de intentar congelar ovocitos, ya que a veces la quimioterapia puede afectar a la fertilidad. Además, al ser un tumor hormonodependiente, cuando todo esto acabe deberé seguir una terapia hormonal durante unos años. Total, que me pondré en los cuarenta. Cuando me dieron toda esta información me preguntaba si conseguiría llegar viva a los cuarenta, pero a fin de cuentas no había nada que perder y si conseguía sacar algo, pues tendría mi eternidad garantizada en el caso de seguir viva.
No había demasiado tiempo, debía ser antes de empezar la quimioterapia. Sólo una oportunidad. Agobio, a pesar de que no tenía nada que perder; a pesar ser algo preventivo y que es posible que mis ovarios se recuperen perfectamente y no necesite reproducción asistida; a pesar de que existe la donación de óvulos, o la adopción. A pesar de esos colchones, da vértigo. Vértigo porque yo quiero tener hijos, no sé cuándo ni cómo, ni siquiera me lo he planteado en el corto plazo. Quiero tener hijos y de repente ya no es una opción que dependa de mí y eso me angustia.
La cita, en la maternidad del Hospital Gregorio Marañón. Un viernes 13 de mayo, Día del Niño Hospitalizado. Lo recuerdo bien porque entre los tiempos para la consulta, hacer el historial, ecografía, pruebas y demás, pasamos toda la mañana allí y en las pantallas de la sala de espera ponían una y otra vez un vídeo con la misma canción “…Un beso redondo, un beso, que no tiene fondo, un beso…”. Una canción compuesta con la mejor intención para estos niños enfermos, pero que puesta en bucle una y otra vez durante tres horas consigue taladrar el cerebro y la tranquilidad de cualquiera. Si vuelvo a oírla es posible que me dé una crisis epiléptica.
Durante los siguientes siete días tendría que pincharme unos medicamentos que estimulan los ovarios, con el fin de intentar sacar la mayor cantidad de ovocitos. Se ve que mis ovarios no estaban demasiado por la labor y a mitad de tratamiento sólo había dos folículos. -Tampoco quiero familia numerosa - pensé, pero luego, de esos dos sólo quedó uno y…el protocolo del hospital dice que no te lo extraen si no hay como mínimo tres.
No soy nadie para meterme con los protocolos hospitalarios pero creo que, en este caso, deberían revisarse. La Sanidad ya había asumido el gasto de los medicamentos, que superó los mil euros. La paciente, que soy yo, tenía una única oportunidad y me había sometido a un tratamiento hormonal teniendo un tumor que depende de hormonas. El único paso que quedaba era hacer la punción ovárica para sacarlo y conservarlo, un acto quirúrgico, que en el caso de un ovocito, no necesita anestesia y que dura apenas cinco minutos. ¿De verdad el protocolo me deja fuera? Pues sí, el protocolo me dejó fuera. El ginecólogo llegó incluso a decirme que si sólo hay uno lo más posible es que no fuera viable. ¡Increíble! Las mujeres que se quedan embarazadas lo hacen con un óvulo, en un ciclo natural, y ahora resulta que el mío no es viable sólo porque es único.
Tuve que recurrir a una clínica privada deprisa y corriendo, ya que había que extraerlo en las siguientes cuarenta y ocho horas…y era sábado. Necesitaba un plan B y lo necesitaba rápido para que mi solitario ovocito tuviera una oportunidad.
Una vez más, mi hermana consiguió salvarme, ya que conoce a los médicos de una clínica de reproducción asistida con un protocolo bien distinto. No me excluyeron. Un óvulo de una chica de treinta y cuatro años no tiene por qué ser malo, y aunque sólo haya uno, es un posible embrión. Bueno o malo era mi única opción. A los dos días todo estaba listo y, tal y como he comentado, en apenas cinco minutos me extrajeron el óvulo, y era bueno.
Quiero agradecer a la clínica MiniFiv el haberme recibido con tan poco tiempo, el cariño de todo el personal y sobre todo , que me dieran la oportunidad de llevar a buen término este angustioso proceso.
No sé si lo necesitaré en el futuro o si tendré la posibilidad de usarlo, pero ahí está mi óvulo crioconservado, mi Frozen. Para cuando todo termine, para cuando se descongele mi futuro, para cuando en mi vida vuelva a existir la eternidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario