Mañana vuelvo a las sesiones y espero que mi
alma, perdón, mi hígado estén recuperados y pueda retomar la rutina, porque las
sesiones se están convirtiendo en parte de mi vida diaria y aunque pueda
parecer un síndrome de Estocolmo, las echo de menos.
La falta de noticias de estos doce días es una buena noticia, días relativamente tranquilos, sin tantos altibajos, con
un poco más de calma y con infinitas ganas de volver a la carga.
Quiero aprovechar este “verano informativo”
para retomar temas que dejé en el tintero; tenía demasiada información y poco
tiempo, y tuve que priorizar a la hora de ir narrando mi historia.
Volvamos al mes de mayo. Sólo recordar
aquellos días, hace que se me ponga de punta el poco pelo que ha resistido a las
sesiones que llevo, y el nuevo que me está creciendo. Notición: este parón y el
cambio de quimio ha permitido que me haya empezado a crecer el pelo. ¡No todo
iba a ser malo!
He leído hace poco el informe de la
psiquiatra que me vio las semanas posteriores al diagnóstico y, entre otras
cosas, en él decía que había tenido que tomar decisiones sobre la eternidad.
¡Qué bonita manera de hablar de la congelación de óvulos!
Cuando me diagnosticaron la enfermedad, me
dieron la posibilidad de intentar congelar ovocitos, ya que a veces la
quimioterapia puede afectar a la fertilidad. Además, al ser un tumor
hormonodependiente, cuando todo esto acabe deberé seguir una terapia hormonal durante unos años. Total, que me pondré en los cuarenta. Cuando me dieron toda esta
información me preguntaba si conseguiría llegar viva a los cuarenta, pero a fin
de cuentas no había nada que perder y si conseguía sacar algo, pues tendría mi
eternidad garantizada en el caso de seguir viva.
No había demasiado tiempo, debía ser
antes de empezar la quimioterapia. Sólo una oportunidad. Agobio, a pesar de que
no tenía nada que perder; a pesar ser algo preventivo y que es posible que mis
ovarios se recuperen perfectamente y no necesite reproducción asistida; a pesar
de que existe la donación de óvulos, o la adopción. A pesar de esos colchones,
da vértigo. Vértigo porque yo quiero tener hijos, no sé cuándo ni cómo, ni
siquiera me lo he planteado en el corto plazo. Quiero tener hijos y de
repente ya no es una opción que dependa de mí y eso me angustia.
La cita, en la maternidad del Hospital Gregorio
Marañón. Un viernes 13 de mayo, Día del Niño Hospitalizado. Lo recuerdo bien porque
entre los tiempos para la consulta, hacer el historial, ecografía, pruebas y demás, pasamos toda
la mañana allí y en las pantallas de la sala de espera ponían una y otra vez un
vídeo con la misma canción “…Un beso redondo, un beso, que no tiene fondo, un
beso…”. Una canción compuesta con la mejor intención para estos niños enfermos,
pero que puesta en bucle una y otra vez durante tres horas consigue taladrar el
cerebro y la tranquilidad de cualquiera. Si vuelvo a oírla es posible que me dé
una crisis epiléptica.
Durante los siguientes siete días tendría que
pincharme unos medicamentos que estimulan los ovarios, con el fin de intentar
sacar la mayor cantidad de ovocitos. Se ve que mis ovarios no estaban demasiado
por la labor y a mitad de tratamiento sólo había dos folículos. -Tampoco quiero
familia numerosa - pensé, pero luego, de esos dos sólo quedó uno y…el protocolo
del hospital dice que no te lo extraen si no hay como mínimo tres.
No soy nadie para meterme con los protocolos
hospitalarios pero creo que, en este caso, deberían revisarse. La Sanidad ya
había asumido el gasto de los medicamentos, que superó los mil euros. La
paciente, que soy yo, tenía una única oportunidad y me había sometido a un
tratamiento hormonal teniendo un tumor que depende de hormonas. El único paso
que quedaba era hacer la punción ovárica para sacarlo y conservarlo, un acto
quirúrgico, que en el caso de un ovocito, no necesita anestesia y que dura apenas
cinco minutos. ¿De verdad el protocolo me deja fuera? Pues sí, el protocolo me
dejó fuera. El ginecólogo llegó incluso a decirme que si sólo hay uno lo más
posible es que no fuera viable. ¡Increíble! Las mujeres que se quedan
embarazadas lo hacen con un óvulo, en un ciclo natural, y ahora resulta que el
mío no es viable sólo porque es único.
Tuve que recurrir a una clínica privada
deprisa y corriendo, ya que había que extraerlo en las siguientes cuarenta y ocho horas…y
era sábado. Necesitaba un plan B y lo necesitaba rápido para que mi solitario
ovocito tuviera una oportunidad.
Una vez más, mi hermana consiguió salvarme,
ya que conoce a los médicos de una clínica de reproducción asistida con un
protocolo bien distinto. No me excluyeron. Un óvulo de una chica de treinta y cuatro años no
tiene por qué ser malo, y aunque sólo haya uno, es un posible embrión. Bueno o
malo era mi única opción. A los dos días todo estaba listo y, tal y como he
comentado, en apenas cinco minutos me extrajeron el óvulo, y era bueno.
Quiero agradecer a la clínica MiniFiv el haberme
recibido con tan poco tiempo, el cariño de todo el personal y sobre todo , que
me dieran la oportunidad de llevar a buen término este angustioso proceso.
No sé si lo necesitaré en el futuro o si
tendré la posibilidad de usarlo, pero ahí está mi óvulo crioconservado, mi
Frozen. Para cuando todo termine, para cuando se descongele mi futuro, para
cuando en mi vida vuelva a existir la eternidad.
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