Así dice el refrán, pero podría reescribirse cambiando el orden y
también tendría sentido, “Vísperas
de mucho, días de nada”. En ocasiones ponemos demasiadas expectativas en un
solo día, y éstas no tienen por qué verse cumplidas. Así ha sido el fin de la quimioterapia,
un día de casi nada tras 174 vísperas de mucho.
Desde que empecé el tratamiento, la duodécima semana de taxanos era mi
primera meta. Un día marcado en mil colores en mi calendario, fin de mi primer
círculo. Así me planteo la enfermedad, como una serie de círculos que hay que
recorrer completamente antes de poder pasar el siguiente. Como esos juguetes
para niños formados por aros concéntricos de tamaño decreciente que tienen que
colocar en orden en un soporte. De momento, tengo tres círculos, a cuál más
duro: la quimioterapia, la cirugía y la radioterapia.
Acabo de terminar la quimioterapia, a priori la etapa más larga en cuanto a su duración. El primer aro.
Mucha gente me ha dicho que es la peor, pero no me fío, porque lo malo siempre puede
empeorar un poco.
Mi primera quimioterapia fue el 1 de junio, sillón 4 y lágrimas. Y por
casualidades del destino, ha terminado de la misma forma y en el mismo sillón. Además,
en este último día conocí a una chica que acababa de empezar, y le regalé mi
bolsa de quicos, yo ya no la necesito, mi círculo está completo. Eso sí,
aquella yo del mes de junio y la de hoy, no somos la misma persona. Tengo 16 pinchazos
a las espaldas que no sólo me han endurecido las venas. Recorrer este primer
círculo me ha curtido, aunque nunca se es lo suficientemente resistente, por
más pinchazos que te dé la vida.
Con más o menos fortaleza he completado esta primera vuelta, con un
parón, unos pocos reveses y algunas cosas buenas, que también las ha habido. El
balance de mi etapa química es que no la he llevado tan mal, siendo sincera, la
he llevado bastante bien.
Superar la quimio con éxito me parecía casi imposible,
y hoy admito que hasta he conseguido integrarla en mi día a día. Sobre todo la
segunda parte, los “Lunes al Taxol”. Las doce sesiones semanales han sido suficientes
como para darle a la quimio la categoría de rutina. Hasta he aprendido a vivir con
los pequeños miedos que se repetían semana tras semana. Llegar al hospital de
día con miedo a que no me encontraran una buena vena. Miedo a no estar en la
sala de espera cuando sonara mi nombre por megafonía. Miedo a los análisis, a
las defensas, a mis valores hepáticos. Miedo incluso a que no llegara la
medicación o a que la cantidad de medicamento no fuera la correcta. Con todo eso
he aprendido a vivir, y al convertirlo en algo habitual, en parte conseguí
quitarle importancia. Porque después de todos esos pequeños miedos, que te
encogen el estómago el segundo antes de resolverse, siempre llegaba la dosis de
veneno. En mi caso, 108 mg de seguridad semanal frente al bicho.
Todas estas rutinas han llegado a su fin, y espero no tener que
retomarlas jamás. Estoy muy contenta por haberlo logrado, tal y como había imaginado
en todas las vísperas. Ahí sí: “Vísperas
de mucho, día de mucho”. Lo he conseguido, y lo he hecho bien.
Cerrar este ciclo tiene como desventaja que tengo que empezar el
siguiente, aun no estando preparada. No hay apenas tiempo para recrearse en los
triunfos, ni lamentarse por los fracasos. El segundo círculo empezó en el mismo
momento que llegué a la meta del primero. Y no lo había planeado.
Hasta el pasado lunes, pensar en la operación era algo lejano, algo
que abordaría cuando acabara la quimio. Ya lo pensaré mañana…Y mañana ya es hoy,
y hay que hablar de la operación, de plazos de recuperación, hacer la resonancia
para cuantificar la reducción del tumor, poner fecha para el preoperatorio. Miedos
desconocidos, estómago encogido, decisiones que tomar, incertidumbre...vuelta a
la casilla de salida.
Todo es nuevo y da vértigo emprender el camino a sabiendas que la meta
no es agradable. ¿Quién querría avanzar sabiendo que al final del camino espera
una mastectomía? Cuesta y duele. Y dan ganas de volver hacia atrás, dan ganas incluso
de quedarse en lo malo conocido, de prolongar la quimio, pero claro…no se puede
avanzar si siempre se camina en el mismo círculo.
Esta nueva etapa que empieza no durará seis meses como la que ahora
cierro, pero sus efectos serán más duraderos. Me aventuro a decir que eternos.
Y ahora mismo no veo la manera de integrarlos en mi día a día. Sé que es el
precio a pagar para salir de esto, y como tal lo asumo, pero quien me diga que
lo peor ha pasado, creo que se equivoca.
El fin de la quimio no ha sido un “día de nada”, más bien ha sido un
“día de mucho” que ha sabido a poco, porque han sido muchas vísperas hasta
llegar a él y porque se ha pasado muy deprisa.
Y hoy, tras la resaca de las celebraciones, porque acabar con la quimio
lo merece y como tal lo estoy celebrando (y lo que me queda), vuelvo a vivir en
una víspera. La víspera del siguiente logro, aunque hoy lo veo
imposible, más pronto que tarde encontraré rutinas que me hagan más llevadero
el camino, e incluso, encontraré una nueva forma de vivir esta etapa.
Y conseguiré cerrar este círculo, y celebrar otro “día de mucho”.
Uno tras otro, víspera tras víspera, círculo tras círculo. Y entonces habrá
llegado el “día de todo”. Y ese tiene
que durarme…