miércoles, 23 de noviembre de 2016

Días de mucho, vísperas de nada

Así dice el refrán, pero podría reescribirse cambiando el orden y también tendría sentido, “Vísperas de mucho, días de nada”. En ocasiones ponemos demasiadas expectativas en un solo día, y éstas no tienen por qué verse cumplidas. Así ha sido el fin de la quimioterapia, un día de casi nada tras 174 vísperas de mucho.
Desde que empecé el tratamiento, la duodécima semana de taxanos era mi primera meta. Un día marcado en mil colores en mi calendario, fin de mi primer círculo. Así me planteo la enfermedad, como una serie de círculos que hay que recorrer completamente antes de poder pasar el siguiente. Como esos juguetes para niños formados por aros concéntricos de tamaño decreciente que tienen que colocar en orden en un soporte. De momento, tengo tres círculos, a cuál más duro: la quimioterapia, la cirugía y la radioterapia.
Acabo de terminar la quimioterapia, a priori la etapa más larga en cuanto a su duración. El primer aro. Mucha gente me ha dicho que es la peor, pero no me fío, porque lo malo siempre puede empeorar un poco.
Mi primera quimioterapia fue el 1 de junio, sillón 4 y lágrimas. Y por casualidades del destino, ha terminado de la misma forma y en el mismo sillón. Además, en este último día conocí a una chica que acababa de empezar, y le regalé mi bolsa de quicos, yo ya no la necesito, mi círculo está completo. Eso sí, aquella yo del mes de junio y la de hoy, no somos la misma persona. Tengo 16 pinchazos a las espaldas que no sólo me han endurecido las venas. Recorrer este primer círculo me ha curtido, aunque nunca se es lo suficientemente resistente, por más pinchazos que te dé la vida.
Con más o menos fortaleza he completado esta primera vuelta, con un parón, unos pocos reveses y algunas cosas buenas, que también las ha habido. El balance de mi etapa química es que no la he llevado tan mal, siendo sincera, la he llevado bastante bien.
Superar la quimio con éxito me parecía casi imposible, y hoy admito que hasta he conseguido integrarla en mi día a día. Sobre todo la segunda parte, los “Lunes al Taxol”. Las doce sesiones semanales han sido suficientes como para darle a la quimio la categoría de rutina. Hasta he aprendido a vivir con los pequeños miedos que se repetían semana tras semana. Llegar al hospital de día con miedo a que no me encontraran una buena vena. Miedo a no estar en la sala de espera cuando sonara mi nombre por megafonía. Miedo a los análisis, a las defensas, a mis valores hepáticos. Miedo incluso a que no llegara la medicación o a que la cantidad de medicamento no fuera la correcta. Con todo eso he aprendido a vivir, y al convertirlo en algo habitual, en parte conseguí quitarle importancia. Porque después de todos esos pequeños miedos, que te encogen el estómago el segundo antes de resolverse, siempre llegaba la dosis de veneno. En mi caso, 108 mg de seguridad semanal frente al bicho.
Todas estas rutinas han llegado a su fin, y espero no tener que retomarlas jamás. Estoy muy contenta por haberlo logrado, tal y como había imaginado en todas las vísperas. Ahí sí: “Vísperas de mucho, día de mucho”. Lo he conseguido, y lo he hecho bien.
Cerrar este ciclo tiene como desventaja que tengo que empezar el siguiente, aun no estando preparada. No hay apenas tiempo para recrearse en los triunfos, ni lamentarse por los fracasos. El segundo círculo empezó en el mismo momento que llegué a la meta del primero. Y no lo había planeado.
Hasta el pasado lunes, pensar en la operación era algo lejano, algo que abordaría cuando acabara la quimio. Ya lo pensaré mañana…Y mañana ya es hoy, y hay que hablar de la operación, de plazos de recuperación, hacer la resonancia para cuantificar la reducción del tumor, poner fecha para el preoperatorio. Miedos desconocidos, estómago encogido, decisiones que tomar, incertidumbre...vuelta a la casilla de salida.
Todo es nuevo y da vértigo emprender el camino a sabiendas que la meta no es agradable. ¿Quién querría avanzar sabiendo que al final del camino espera una mastectomía? Cuesta y duele. Y dan ganas de volver hacia atrás, dan ganas incluso de quedarse en lo malo conocido, de prolongar la quimio, pero claro…no se puede avanzar si siempre se camina en el mismo círculo.
Esta nueva etapa que empieza no durará seis meses como la que ahora cierro, pero sus efectos serán más duraderos. Me aventuro a decir que eternos. Y ahora mismo no veo la manera de integrarlos en mi día a día. Sé que es el precio a pagar para salir de esto, y como tal lo asumo, pero quien me diga que lo peor ha pasado, creo que se equivoca.
El fin de la quimio no ha sido un “día de nada”, más bien ha sido un “día de mucho” que ha sabido a poco, porque han sido muchas vísperas hasta llegar a él y porque se ha pasado muy deprisa.
Y hoy, tras la resaca de las celebraciones, porque acabar con la quimio lo merece y como tal lo estoy celebrando (y lo que me queda), vuelvo a vivir en una víspera. La víspera del siguiente logro, aunque hoy lo veo imposible, más pronto que tarde encontraré rutinas que me hagan más llevadero el camino, e incluso, encontraré una nueva forma de vivir esta etapa.

Y conseguiré cerrar este círculo, y celebrar otro “día de mucho”. Uno tras otro, víspera tras víspera, círculo tras círculo. Y entonces habrá llegado el “día de todo”.  Y ese tiene que durarme…

miércoles, 9 de noviembre de 2016

En la salud y en la enfermedad...

Estaba casi terminando el Día Contra el Cáncer de mama cuando recibí un mensaje al móvil con un enlace para ver un vídeo. Un corto titulado “La vuelta a la tortilla”. A quien no lo haya visto, merece la pena pinchar el siguiente enlace  (https://www.youtube.com/watch?v=A8mtdnIotT0) antes de seguir leyendo.
Es un corto de Paco León sobre el cáncer de mama realizado hace varios años, pero que vuelve a ver la luz y pasa de teléfono en teléfono cada 19 de octubre. Lo abrí sin demasiadas esperanzas; he visto tantos cortos sobre el tema y he leído tantos testimonios de los que ponen los pelos de punta, que mi listón para la sorpresa está bastante alto.
Es difícil asombrarme, pero con el paso de esos doce minutos que dura el vídeo, el corazón se me iba encogiendo. Porque, y parafraseando a los Héroes del Silencio, a grandes rasgos… podría ser yo.
Las dos somos muy jóvenes,  me considero joven y mucho más para estar enferma. Puede que a ella le pasara lo que a mí que, hasta que nos lo diagnosticaron, asociábamos el cáncer a eso que les ocurre a padres y abuelos, pero no era algo que nos tocara por edad.
Verla en el supermercado, haciendo deporte o pelando patatas es verla intentando darle normalidad a una vida que se le ha puesto del revés, si es que se puede conseguir recuperar la normalidad tras el paso de un terremoto. En eso también nos parecemos; estamos buscando cómo movernos con soltura entre los escombros que ha dejado el seísmo.
Las dos tenemos una peluca castaña de media melena. Ambas tenemos entre nuestros objetivos correr una carrera solidaria. Por nosotras y por todas nuestras compañeras.
La marca que patrocina el corto es de una cerveza sin alcohol y por eso la consume, pero puestos a imaginar, también podría ser que la beba porque tenga las transaminasas altas por los taxanos, como yo un día las tuve (aunque ahora mismo mi hígado funcione perfectamente). Y ya por coincidir,  aunque parezca estúpido, tengo una cazadora exactamente igual a la suya.
Pero si en algo coincidimos, la chica de esta historia y yo, es que ambas tenemos cáncer.
Con tantos parecidos, verlo una sola vez se me quedó corto, y lo volví a poner, buscando algo más que similitudes en nuestro aspecto físico. Presté más atención a los diálogos, y dos frases me resultaron muy mías, o muy nuestras.
Dos frases que pueden resumir bien mi actitud frente a una posible futura relación de pareja, algo que ni  siquiera me había planteado, ya que la palabra futuro la tengo un poco arrumbada.
Hay un montón de mujeres que cuando se enfrentan al terrible diagnóstico del cáncer de mama tienen a su lado al hombre de su vida, o al menos están emparejadas. Pero,  ¿Cómo afrontamos comenzar una relación las que durante la enfermedad estamos solteras?
…En la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida… Conocemos estas palabras, oídas en decenas de bodas. Porque eso sí me corresponde por edad, ir a muchas bodas. 
En mi caso no hizo falta que llegara la adversidad y la enfermedad para que el respeto desapareciera. Me siento liberada por haber salido de aquella pantomima, por haber dejado atrás a una persona que me habría fallado estrepitosamente, de haber seguido conmigo.  Me he librado de él… para todos los días de mi vida.
Dicho esto, queda más o menos claro que mis ganas de historias de amor son escasas, por no decir nulas.  Bien empezamos…
-Yo no estoy para eso- le comenta a su amiga cuando hablan sobre el chico del supermercado.  Exactamente lo mismo que he contestado yo a cualquiera de mis amigas, cuando me han preguntado por el tema. Gran parte de mi día a día gira en torno a mi tratamiento, mis pruebas, mi enfermedad. No quiero que el cáncer defina quién soy, pero de momento no puedo dejarlo en un segundo plano. Aún no.  Por eso veo imposible recuperar el ocio como antes lo entendía, volver a ser la que algún día fui. Mi antiguo yo ya no existe, no sé cómo seré mañana. Ni siquiera sé cómo seré al final del día….. y por eso, coincido con la chica del corto, yo tampoco estoy para nada.
La segunda frase que me identifica con mi alter ego cinematográfico es, si cabe, más apropiada. La chica es valiente, es honesta y hace lo que yo haría en su caso. Contarle al chico la situación. Después del bombazo, irónicamente le dice -Soy un chollito-.
Yo haría lo mismo. Contar mi realidad. A bocajarro y sin anestesia. Aunque contarlo suponga el final de algo que jamás comience. Mi versión de su frase es  -¡Vaya mochila llevo!-.
Todos tenemos nuestra mochila que con el paso de los años, se va cargando. Mi mochila es enorme y además, está ya casi llena. A las piedras que cargo propias de mi edad y experiencias previas, le sumo el pedrusco de esta nueva experiencia vital.
Es difícil contarle a alguien a quien quieres gustar, que tu mochila es muy pesada que está llena de tristeza, de cicatrices y de miedos. El miedo es libre… y pesa mucho.
Miedo, en primer lugar, a querer tener un futuro que no está garantizado porque la enfermedad reaparezca , o peor, porque nunca se vaya. Esa espada de Damocles es enorme como para meterla en una mochila, ya de por sí muy cargada. Miedo a las cicatrices, miedo a un cuerpo que no reconoces como tuyo. Miedo al rechazo, al ajeno y al propio. Porque la vida es cruel, y el amor también lo es. El rechazo existe y yo, con el propio, de momento, tengo bastante.
Intento ponerme en el lugar de la posible pareja, de la persona a la que de repente le llega esta dosis de realidad, de enfermedad y de miedos. ¿Saldría corriendo? Con lo que me pesa la mochila es un poco difícil huir…
Fuera de bromas, parece que la historia de Silvia y Rafa sale bien, un final de cine. Lógico, al fin y al cabo es una película. Y en eso creo que ya no nos parecemos tanto la protagonista y yo…
Todos queremos un final de película, pero para poder comer perdices, hay que  aprender a darle la vuelta a la tortilla.

-THE END-