lunes, 15 de agosto de 2016

Se me va a caer el pelo



Un signo puede cambiarlo todo. No es lo mismo tener un signo positivo delante del saldo de la cuenta bancaria que uno negativo. Si naces en diciembre tu signo zodiacal será sagitario, mientras que si lo haces en julio será cáncer…
Los signos ortográficos pueden cambiar mucho más que la entonación de una frase a la hora de leerla. Por ejemplo, el título de esta entrada: “Se me va a caer el pelo”. No es lo mismo preguntarse ¿se me va a hacer el pelo? que sorprenderte porque ¡se me va a caer el pelo!
Pues así me ocurrió, primero me lo preguntaba, luego lo exclamé y ya luego si puedes lo asumes (aunque para eso no existen signos ortográficos). Por eso, el título podría quedar así: ¿¿Se me va a caer el pelo!!
Cuando se planteó la posibilidad de quimioterapia antes de la operación, me informé de todos los efectos secundarios que ésta tendría. Los que duelen el cuerpo y los que duelen aún más.
No me asustaban las náuseas, ni los dolores musculares, ni la posibilidad de que las uñas se pudieran poner grises, ni siquiera la neutropenia me daba miedo. Para todo eso estaba lista, carne de perro dispuesta a aguantar el veneno.
Pero pensar que iba a perder el pelo ha sido con mucha diferencia lo que peor llevé, llevo y llevaré, porque a día de hoy no me hago a la idea y estoy segura de que nunca me olvidaré de esta situación.
He dado millones de vueltas intentando entender por qué para otras personas no ha sido tan traumático como para mí lo está siendo. O al menos así me lo parece.
No he perdido la cabeza (con y sin pelo) porque aún tengo claras las prioridades. Sé que lo importante es salvar la vida. Sé que el objetivo es superar la enfermedad. Sé que la meta es la curación, ¿por qué no consigo entonces que la pérdida del pelo sea algo secundario? Sólo he podido concluir que no puedo considerarlo algo secundario porque no lo es. El pelo, o la ausencia de él, condiciona mi vida.
Hasta hoy he tenido la suerte o la fortaleza física de no tener apenas efectos secundarios de los otros, de los que “sólo” te duele el cuerpo.  Las 4 sesiones de AC, que aparentemente son las peores, no han afectado mucho a mi día a día, no han limitado mi existencia.
La falta de pelo es lo único que me recuerda cada día que estoy enferma, que tengo un tumor, que mi signo es cáncer aun habiendo nacido en mayo.
Sé que es complicado de entender, lo noto cuando hablo con la gente de este tema. Hablar de la alopecia es escuchar frases como: “El pelo crece, es algo temporal”; o “Hay unos pañuelos monísimos y además se llevan un montón este verano”; o “Tú estás guapa con lo que te pongas”; o “Dicen que luego te crece con más fuerza”; o “Yo una vez me rapé el pelo y no fue para tanto”. Estas frases fueron dichas con todo el cariño, es más, yo misma las he usado con otras personas cuando estaban en mi situación creyendo que proporcionarían consuelo. Pues conmigo no han funcionado (aunque las agradezco igualmente, no quiero parecer siesa).
Sé que el pelo crece, sé que es algo temporal. Es más, sé que crece un centímetro al mes y que empezará a crecer a las tres o cuatro semanas de la última sesión. Sé también que con un poquito de suerte lo peor podría haber pasado, ya que a muchas personas con la quimio que ahora empiezo, el taxol, les crece incluso sin haber terminado el tratamiento. Lo sé, todo eso lo sé. He calculado los meses que necesito para que mi pelo vuelva a ser lo que fue, o incluso rizado tal y como dicen que a veces pasa.
Lo de los pañuelos ni siquiera lo planteé como opción, así que había que recurrir a una peluca. Empecé a buscarla antes de la primera sesión, antes incluso de la primera consulta de oncología. No es necesario darse tantísima prisa, ahora lo sé, pero en ese momento desconocía cuánto se tarda en encontrarla, si te la tienen que hacer o si ya están hechas, o si sería necesario visitar muchos sitios. No quería ni imaginarme que se me cayera el pelo y yo no tuviera lista mi peluca. Bastante cambio físico supone como para encima que te pille sin estar preparada.
En la AECC me dieron una lista con sitios dedicados a la oncoestética, bonito término, muchos más de lo que yo habría imaginado. Gente de mi entorno me hablaba de un par de ellos como los mejores, y una tarde nos fuimos a ver pelucas, como quien va a comprarse un bañador.
Una situación extraña, un pequeño mundo al revés. Vas a una peluquería porque te vas a quedar calva, que es como ir a comprarte un bañador sabiendo que pasarás el verano en una playa nudista. Dejando a un lado el sinsentido de la situación, llegamos a la peluquería (www.angelanavarro.net), me senté en el sillón y…lloré. A estas alturas a nadie le sorprenden mis lágrimas y menos a la chica que nos atendía, curtida en mil casos como el mío.
Primero nos explicó las distintas posibilidades: pelucas naturales, que son exactamente igual que tu pelo para lo bueno y para lo malo (se despeinan); pelucas sintéticas, y la que yo al final elegí, mezcla, que tiene de bueno que es con pelo natural en su mayoría pero que no se despeina.
Me quitó de la cabeza la idea de una peluca fija, que te la pegan y no te la quitas ni para dormir, ya que el cuero cabelludo podría resentirse. Yo estaba dispuesta a no verme la cabeza pelona ni un solo día y esa era una de mis opciones. Descartada. Mi otra opción, un poco a la desesperada, era una técnica en la que mientras te dan la quimio te ponen un gorro que te congela la cabeza, de manera que los folículos pilosos no absorben el medicamento y no se te cae el pelo. O se te cae más lento. Si de verdad funcionara ya a nadie se le caería el pelo con las quimios y estaría en todos los hospitales del mundo, así que descartado también.
Después de todas estas consideraciones teóricas vino la práctica, y a diferencia de mi vida universitaria, habría preferido saltarme las prácticas a cambio de mil horas de teoría.
Por suerte no necesité mucho y a la segunda peluca que me probaron parecía que habían dado con la mía. Por mi parte, podría haberme probado miles y ninguna me habría satisfecho, ya que por más que se parecieran, y es cierto que se parecen, ninguna era mi pelo.
He de aceptar que no me quedaba del todo mal, era muy parecida a como yo soy, sólo que recién salida de la peluquería. Probé en otro sitio por aquello de ver algo más, pero esa fue la elegida y a los pocos días volví a recogerla. Me dio cierta tranquilidad tenerla guardada en el armario y la calma de haber librado al mundo de ver mi cabeza apepinada. Algunos días incluso me armaba de valor, la sacaba de la funda y me la probaba, para ver si me iba haciendo.
Me habían dicho que antes de la segunda sesión ya se me habría caído. Pues bien, desde el día siguiente a la primera sesión ya creía que se me estaba cayendo. Cada mañana al despertar miraba la almohada y contaba cuántos pelos se me habían caído. Cada vez que me pasaba el peine hacía lo mismo. Si salía de Madrid la peluca se venía conmigo, no fuera a ser que el momento llegara y mi peluca estuviera lejos.
El décimo día después de la quimio ya ni me peinaba y lo llevaba recogido. Estaba realmente obsesionada, mirando el pelo de la gente, buscando pelucas a mi alrededor, mirando de reojo todas las peluquerías, cambiando de canal cada vez que salía un anuncio de champú. Recuerdo un día en el teatro que en los descansos me dedicaba a mirar las melenas de las personas sentadas en las filas de delante. Estaba loca…
Una de las cosas que hice bien fue cortarme el pelo antes de que se me cayera. Es verdad que la peluca era larga y sería raro pasar de corto a largo en cuestión de días, pero a esas alturas me daba todo un poco igual. Sería “más sencillo”, o mejor dicho “menos traumático” ver caer pelo corto que mechones largos. Y encima, a todo el mundo le gustaba tanto mi corte pixie que empecé a dudar si no habría sido mejor una peluca de pelo corto!
Ya habían pasado quince días de la sesión, el pelo no se me caía… ¿Y si no se me caía? No había tenido ningún efecto secundario, podría existir esa posibilidad. Me hice ilusiones, a lo mejor ganaba unas semanas. Sería de esas pocas personas a las que no se les cae el pelo con esos medicamentos, una superheroína capilar. Pero poco me duraron las esperanzas.
El décimo octavo día empezó a caerse. Es cierto, cuando empieza se nota. En mi caso no eran mechones ya que lo tenía corto, pero sí se caía mucho. Era una sensación horrible, tocarte la cabeza y que se cayera. Ahora sí, ¡Se me está cayendo el pelo! Recordaré ese día siempre. Era viernes y tenía un examen. Mientras los alumnos hacían su examen yo estaba leyendo, y se me caía el pelo en los folios. Caminaba por el aula intentando no mover la cabeza, como si me hubiera tragado un palo, tenía que aguantar un par de horas hasta salir de allí. Tenía la sensación de que me estaba quedando calva por minutos.
Dicen que se puede aguantar varios días, que no te quedas calva en cuestión de horas. Pero yo no podía ni quería esperar más. Ese mismo día, en cuanto pude, cogí mi peluca y fui a  la peluquería. Me senté en el sillón y…por una vez no lloré. ¡Esto sí que era nuevo!
En realidad no estaba calva, tal y como me había imaginado, sólo me había rapado. Salí de allí con mi nueva melena y la gente por la calle no me miraba. Crucé la mirada con gente y nadie me prestaba atención, parecían no darse cuenta. Eso era buena señal. 
Pero yo sí lo notaba, me sentía rara, me siento rara. Aunque nadie lo note, aunque me favorezca, aunque siempre esté peinada, aunque sea temporal y aunque, a pesar de que no soy una superheroína capilar, no me he quedado calva del todo, sigue siendo extraño. No consigo ser yo.
Sigo contando los días para que acabe el extraño verano del gorro rojo, para empezar a notar que me crece, para que mi nuevo signo sea Leo por la melena, para que pueda escribir con mucha admiración y pocas dudas que ¡¡¡ME ESTÁ CRECIENDO EL PELO!!!

2 comentarios:

  1. ... Y MÁS QUE TE VA A CRECER¡! Hasta el mismo cul... si quieres 😊

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    1. Por lo menos!! Había pensado hasta las rodillas pero eso me llevará mucho...

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