No me he confundido de foro ni quiero hablar
de trabajo. No estoy de servicio.
Existe una niebla química que no ennegrece
nuestros cielos. Es un efecto de la quimioterapia para el cáncer de mama
hormonodependiente. Sí, otro efecto más que añadir a la lista. Leí un artículo
sobre este fenómeno hace un par de meses. Se manifiesta con la pérdida de
memoria a corto plazo durante el tratamiento, y puede prolongarse durante un
tiempo por la terapia hormonal. Las personas que lo sufren dicen que les cuesta
encontrar la palabra adecuada en algunos momentos. ¡Con lo difícil que es
encontrarla sin estar recibiendo quimio! Los expertos lo llaman disminución del habla expresiva, ahí
queda eso.
A mí a veces me pasa; no consigo encontrar la
palabra precisa. No sé si ya me sucedía antes del tratamiento o es consecuencia
directa del mismo. No sé si se debe a que estar con quimio es una situación
estresante que te nubla la mente o que para algunos sentimientos, simplemente,
no existe palabra que los describa. No lo sé… o lo he olvidado. Parece que la
bruma química ha caído sobre mí.
Este trabajo sobre psicooncología cayó en mis
manos en el mes de septiembre, pero ya antes había oído hablar de este
trastorno. No fue mi oncóloga, ni ninguno de los autores del estudio. No es un
profesional de la medicina, pero es una persona importante en este proceso.
Forma parte de mi cadena de enfermos y quiero aprovechar la niebla química para
hablar de ella. Es mi “enferma veterana”.
Desconozco si es normal tener un veterano cuando uno afronta una enfermedad, no
conozco demasiados casos, pero yo tengo la suerte de tener una. Se llama L.
Cuando nos conocimos, L. me llevaba mucha
ventaja. Yo estaba en primer curso de cáncer, sólo me habían dado una
sesión de AC y ese día tenía la primera cita para el Consejo Genético. Era junio,
y yo una oncopipiola (no existe esta palabra, pero con la niebla química igual
que unas desaparecen de la mente pueden crearse otras palabras; atajos expresivos podríamos llamarlos).
Me acompañaba una amiga, y como la consulta iba con bastante retraso, recuerdo
que tuvimos mucho tiempo para hacer terapia. En esos días el pelo era mi camino
de la amargura. Nos fijamos en ella por eso, porque no conseguíamos saber si su
pelo era real o no. Ahora me doy cuenta de lo verde que estaba aquellos días, porque hoy soy
capaz de encontrar una peluca a mil metros de distancia.
L. había ido con su marido, pero hablaba con
más gente además de con él. Se notaba que se movía por aquel pasillo con la
soltura de la experiencia. No era su primera cita. Al ver que nos fijamos en
ella, se acercó. Yo me sentí incómoda por si la habíamos molestado con
nuestras miradas, pero todo lo contrario, la mujer tenía ganas de charlar con
nosotras.
Hablamos de su peluca, de sus cejas, y de
frivolidades capilares. A mí, la oncóloga me había advertido de que antes de la
segunda sesión se me caería el pelo, y ya me lo había cortado para minimizar el
drama, como conté en una entrada anterior. Quedaban pocos días para ese segundo
chute y aún no había ocurrido la desgracia. Al contárselo a L., ésta me
preguntó:
-¿Qué día te toca la segunda?
-El miércoles-, le respondí.
-Pues de este fin de semana no pasas.
Y efectivamente, era miércoles y ese mismo
viernes… pelo rapado. Ahora yo podría hacer esos mismos cálculos, no es muy
complicado, pero en ese momento L. había acertado de pleno, había ganado la
porra y le di toda la credibilidad. Estaba destinada a ser “mi veterana”.
Como he dicho, me llevaba ventaja. A ella la
habían operado antes de la quimio, y en esos días de junio acababa de empezar
con los taxanos, con las quimios semanales en las que yo estoy ahora. Estaba
allí para recoger los resultados del análisis genético, los que yo recogí hace
apenas unas semanas. Meses de ventaja. Dio la casualidad de que la estaban
tratando en el mismo hospital que a mí. Era la veterana perfecta, hasta
compartíamos “colegio mayor”.
Esos días, y aún hoy, yo andaba ávida de
información sobre nuestra enfermedad, y tímidamente le pregunté que cómo estaba
llevando el tratamiento. Y ahí fue donde me contó lo de la pérdida de memoria.
No la llamó niebla química, ni mucho menos pérdida del habla expresiva. Me
dijo: - mi vida está llena de notas,
pongo recordatorios por todos lados.
En ese momento sonó su nombre, y ella y su
marido entraron a por los resultados. Cuando salió nos intercambiamos los
teléfonos, y esa misma tarde me escribió para preguntar qué tal había terminado
mi consulta. Empezó a ejercer de veterana ese mismo día.
Tenerla a ella era como tener una ventana por
la que mirar al futuro. Se convierte en el espejo en el que te miras. Veía en
ella cómo yo quería estar las siguientes semanas, los siguientes chutes. Mi
objetivo era ser como L.
Y no hablo de nada médico, ya que en esta
cadena de veteranos y novatos tenemos claro el papel primordial e insustituible
de los oncólogos y el personal médico. Hablo de pequeñas experiencias que
pueden ayudar a llevar mejor esta etapa y que no están escritas en ningún
protocolo (y tengo muchos). A L. le debo la bolsa de quicos que me como en cada
chute. L. me explicó con mucha antelación que cuando te dan los taxanos, al
menos en nuestro hospital, si la cosa va bien vas una semana por la mañana y
otra por la tarde, y que la semana que vas por la tarde te libras del análisis.
Gracias a L. sé que las uñas no tienen por qué verse afectadas; ahí andaba ella
con su manicura permanente, mientras yo era, y soy, una esclava de la cisteína.
A esas cosas me refiero, a esos trucos aparentemente sin importancia, pero que
tanto importan.
Sólo coincidimos una vez en el hospital, su
gran día, su última quimio que coincidió con mi último diablo rojo. Era un día
importante para las dos, pero sobre todo para ella. ¡No tenía que volver a los
sillones azules! Ahí estábamos las dos, comiendo quicos y esperando un futuro mejor, un futuro en el
que no nos falten las palabras.
No nos hemos vuelto a ver, pero seguimos en contacto. Ella me dice que
se olvida de muchas cosas, pero no hay ni un solo lunes que no me escriba para
ver cómo me ha ido el chute. A ella le han dado sus 30 sesiones de radioterapia
y ha terminado hace unos días. Se ha graduado con honores, y yo, espero hacer lo mismo.
Por desgracia, a una conocida, que ahora es una amiga, le
diagnosticaron esta enfermedad unos meses después que a mí. Como tanto me ha
ayudado esta relación con L. asumí, con su permiso, convertirme en su veterana.
Es mi novata, bueno ya no lo es tanto
porque lleva la mitad de sus quimios, y eso es mucha experiencia
acumulada. Es fácil, me ha tocado una novata decidida. No pretendo ser el espejo en el que se mire; es más,
muchas veces es ella la que me está enseñando cosas a mí. Expertas aprendiendo
de novatas, y neófitas aprendiendo de veteranas, la mejor simbiosis.
La cadena perfecta, para que cuando llegue la
niebla siempre haya alguien que te
recuerde la palabra…