Empecé ayer a
escribir en la sala de espera del Hospital de Día, esperando al quinto taxol, cinco
de doce o, como me gusta más expresarlo, casi seis. Mi hígado está mejor,
muchísimo mejor; las transaminasas han
vuelto a su cauce, otra cara para mi moneda.
Es la primera
vez que escribía desde allí, rodeada de personas que perfectamente podrían ser
los autores de estos textos, o de otros mucho más interesantes. Con levantar un
poco la mirada, he contado catorce brazos con una vía puesta, catorce personas
esperando tratamiento llenas de historias que tendrían como denominador común
un diagnóstico desfavorable y una sala de espera con sillones azules llena
hasta la bandera. Se nota que es lunes… Como si el cáncer supiera de días…
Como contrapunto
a la seriedad del lugar y a las desgracias que me rodean, incluyendo la mía,
quiero escribir sobre algo aparentemente superficial. Sólo aparentemente. La
imagen corporal. Hablaré de belleza, de oncoestética, tremendo oxímoron, enorme
paradoja en una palabra de doce letras. Belleza y cáncer es un binomio difícil
de resolver.
Hay un montón de
variables que escapan a mi control, para muestra mi botón hepático, y frente a
ellas poco puedo hacer. Soy mera espectadora. Mi oncóloga y el tiempo son los
que mandan, y lo único que me queda y de hecho hago, es preocuparme. Sólo gano
calentamientos de cabeza, soy consciente, pero es muy complejo quedarme en el
patio de butacas, cuando la obra que se representa, tiene como protagonista mi
salud y mi cuerpo. No quiero esperar sentada a los aplausos.
Hay otras cosas
que dependen de mí, y en ésas pongo todo mi empeño. Entre ellas, está mi imagen
corporal. He intentado e intento no tener “mala cara”, quizá con el objetivo de
convencer al mundo y a mí misma, de que si no pareces una enferma, quizá no lo
estés tanto. Engañar al espejo, crear un reflejo atractivo que ayude a la mente
a sentirse sana. Y si la mente lo cree, el resto del cuerpo irá detrás. Tengo
grabadas en la mente las palabras de la oncóloga el día de la primera consulta:
“- Si tú no te lo crees, seguro
que irá mal. He visto casos así”. Desde entonces, cada vez que el ánimo decae y
las lágrimas se me escapan, cada vez menos, aunque todavía más de lo que me
gustaría, a la tristeza del momento, le sumo la culpabilidad de no estar
ayudando al cuerpo a curarse. Por tanto, si mantener un buen aspecto físico
puede ayudar, haré todo lo que pueda por conseguirlo.
No hablo sólo de
la peluca, que tiene los días contados. Me he dejado llevar por todo lo que
puede mejorar mi reflejo. Cejas micropigmentadas, por si la quimio acaba con
ellas, agua termal y otras cremas creadas ex
profeso para oncoguapas como yo, dispuestas a no escatimar en gastos
durante esta etapa, tratamiento de cisteína para las uñas…y los labios
permanentemente pintados de rojo, como me ha enseñado mi tía, que no es amazona
pero es la persona que mejor cara le ha puesto al cáncer una y otra y... hasta un millón de veces.
Rojo pirata y a por lo que venga, las veces que venga.
Parece que no
está yendo del todo mal. Hay quien al verme le sorprende mi aspecto y me
comenta que me ve estupenda, y algunos incluso guapísima. Puede ser por todos
estos cuidados; puede ser porque quizá esperaban encontrar un cadáver
delgaducho y de piel cetrina; puede ser porque, salvo excepciones, es gente que
me quiere y ve lo mejor de mí. Algunos
incluso opinan que en mí los venenos son el mejor tratamiento de belleza (así
somos las malas hierbas). Yo, sin embargo, creo que estoy en los cero grados de
la belleza, ni más guapa ni más fea que antes. Y me conformo.
Leyendo esto
puede parecer que lo tengo todo controlado, estéticamente hablando, pero cuando
me miro al espejo no veo toda esa belleza en la que tanto invierto y que el
resto de gente sí parece apreciar. Por desgracia, el atractivo personal, esa
suma de todos los atractivos, no sólo tiene un componente físico; hay una parte
que no se ve y que es igual o más importante. El problema es que no puede maquillarse,
ni microtatuarse; no hay carmín que la enmascare. Es el otro lado de mi espejo.
La autoestima.
Me digo una y
mil veces que soy más que una teta, y que a quien no sepa verlo no merece la
pena dedicarle ni un segundo. Pero, ¿y si soy yo la que no veo más allá? ¿Cómo
voy a culpar el rechazo de la gente si yo misma no he terminado de aceptar mi
reflejo? Aún no ha sido la operación y no me he tenido que enfrentar a la tan
temida y gigante cicatriz, a la amputación de una parte de mi cuerpo que, aunque prescindible, es mi cuerpo. O lo fue.
Sé que soy más que una teta, pero mi teta es importante.
De momento sólo
tengo una pequeña cicatriz de la biopsia del ganglio centinela y otra de la
biopsia del pezón. Son pequeñas, pero me recuerdan cada día que esa teta va
fuera. Como ya hay bastantes cosas (de las que no puedo controlar) que me recuerdan
cada día mi situación, he dejado de mirarla. Actitud cobarde, quizá, pero mi
otro lado del espejo, a modo de protección, la ha distorsionado, imagen no apta
para personas insatisfechas con su cuerpo; y no la veo. Ya se sabe, ojos que no
ven, autoestima que te sube.
No sé qué pasará
con la cirugía, ni cuándo será la reconstrucción, ni como seremos mi cuerpo y
yo dentro de unos meses, de un año. Espero que con el tiempo consiga ver las
cicatrices presentes y futuras como lo que son, rayas para el tigre, recuerdos
de una victoria, más allá de las pérdidas ocasionadas por el camino. En
todas las peleas tanto el vencido como el vencedor salen perdiendo, y en la mía, no iba a ser de otro modo. Yo
perderé una teta, eso está claro, pero por suerte, soy y seré más que una teta.
El cáncer, el otro bando, perderá mucho más. De eso estoy segura.
Y entonces me
podré poner ante el espejo sin censurar mis cicatrices y decir: “Espejito,
espejito mágico, ¿quién sigue aquí a pesar de todo?”
Esto me ha salido de dentro. Pido perdón por los cambios bruscos de ritmo, pero me ha salido así:
ResponderEliminar¿Cómo no vas a ser más que una teta
sabiendo ser, sin más, una persona?
Eres mujer, activa, peleona,
que a la fatalidad no se sujeta.
Una sombra que sólo una silueta
puede dar; mas no lo que impresiona:
Una mujer que de mujer blasona
y es la verdad de lo que se interpreta.
Una teta dañina es prescindible.
Su cicatriz, testigo de un pasado
que por quedar atrás es preferible.
Mira el futuro bien; tan trabajado
que viene a recordar que lo imposible
con esa dignidad, ya lo has logrado.
Preciosas palabras. Muchas gracias por ellas!
ResponderEliminarPreciosas palabras. Muchas gracias por ellas!
ResponderEliminarAmiga, esa teta va a ser la víctima de esta batalla q estás luchando, pero merecerá la pena el sacrificio... NADIE te rechaza ni lo hará porque no la tengas, sácatelo de esa cabecita q tienes y empieza a creer lo mucho q te quiere la gente y lo importante q eres para muchos de nosotros... con o sin teta eres increíble!!!
ResponderEliminarNota: No me vayas a dejar ahora sin la fiesta de pitones!!!!
Te quiero guapa.
"Rojo pirata y a la batalla. Batalla tras batalla" Qué bien escribes, qué grande eres!!!
ResponderEliminarMe lees con los mejores ojos y con el mejor corazón!
ResponderEliminarMe lees con los mejores ojos y con el mejor corazón!
ResponderEliminar