miércoles, 26 de octubre de 2016

La niebla química

No me he confundido de foro ni quiero hablar de trabajo. No estoy de servicio.
Existe una niebla química que no ennegrece nuestros cielos. Es un efecto de la quimioterapia para el cáncer de mama hormonodependiente. Sí, otro efecto más que añadir a la lista. Leí un artículo sobre este fenómeno hace un par de meses. Se manifiesta con la pérdida de memoria a corto plazo durante el tratamiento, y puede prolongarse durante un tiempo por la terapia hormonal. Las personas que lo sufren dicen que les cuesta encontrar la palabra adecuada en algunos momentos. ¡Con lo difícil que es encontrarla sin estar recibiendo quimio! Los expertos lo llaman disminución del habla expresiva, ahí queda eso.
A mí a veces me pasa; no consigo encontrar la palabra precisa. No sé si ya me sucedía antes del tratamiento o es consecuencia directa del mismo. No sé si se debe a que estar con quimio es una situación estresante que te nubla la mente o que para algunos sentimientos, simplemente, no existe palabra que los describa. No lo sé… o lo he olvidado. Parece que la bruma química ha caído sobre mí.
Este trabajo sobre psicooncología cayó en mis manos en el mes de septiembre, pero ya antes había oído hablar de este trastorno. No fue mi oncóloga, ni ninguno de los autores del estudio. No es un profesional de la medicina, pero es una persona importante en este proceso. Forma parte de mi cadena de enfermos y quiero aprovechar la niebla química para hablar de ella. Es mi “enferma veterana”.
Desconozco si es normal tener un veterano cuando uno afronta una enfermedad, no conozco demasiados casos, pero yo tengo la suerte de tener una. Se llama L.
Cuando nos conocimos, L. me llevaba mucha ventaja. Yo estaba en primer curso de cáncer, sólo me habían dado una sesión de AC y ese día tenía la primera cita para el Consejo Genético. Era junio, y yo una oncopipiola (no existe esta palabra, pero con la niebla química igual que unas desaparecen de la mente pueden crearse otras palabras; atajos expresivos podríamos llamarlos). Me acompañaba una amiga, y como la consulta iba con bastante retraso, recuerdo que tuvimos mucho tiempo para hacer terapia. En esos días el pelo era mi camino de la amargura. Nos fijamos en ella por eso, porque no conseguíamos saber si su pelo era real o no. Ahora me doy cuenta de lo verde que estaba aquellos días, porque  hoy  soy capaz de encontrar una peluca a mil metros de distancia.
L. había ido con su marido, pero hablaba con más gente además de con él. Se notaba que se movía por aquel pasillo con la soltura de la experiencia. No era su primera cita. Al ver que nos fijamos en ella, se acercó. Yo me sentí incómoda por si la habíamos molestado con nuestras miradas, pero todo lo contrario, la mujer tenía ganas de charlar con nosotras.
Hablamos de su peluca, de sus cejas, y de frivolidades capilares. A mí, la oncóloga me había advertido de que antes de la segunda sesión se me caería el pelo, y ya me lo había cortado para minimizar el drama, como conté en una entrada anterior. Quedaban pocos días para ese segundo chute y aún no había ocurrido la desgracia. Al contárselo a L., ésta me preguntó:
-¿Qué día te toca la segunda?
-El miércoles-, le respondí.
-Pues de este fin de semana no pasas.
Y efectivamente, era miércoles y ese mismo viernes… pelo rapado. Ahora yo podría hacer esos mismos cálculos, no es muy complicado, pero en ese momento L. había acertado de pleno, había ganado la porra y le di toda la credibilidad. Estaba destinada a ser  “mi veterana”.
Como he dicho, me llevaba ventaja. A ella la habían operado antes de la quimio, y en esos días de junio acababa de empezar con los taxanos, con las quimios semanales en las que yo estoy ahora. Estaba allí para recoger los resultados del análisis genético, los que yo recogí hace apenas unas semanas. Meses de ventaja. Dio la casualidad de que la estaban tratando en el mismo hospital que a mí. Era la veterana perfecta, hasta compartíamos “colegio mayor”.
Esos días, y aún hoy, yo andaba ávida de información sobre nuestra enfermedad, y tímidamente le pregunté que cómo estaba llevando el tratamiento. Y ahí fue donde me contó lo de la pérdida de memoria. No la llamó niebla química, ni mucho menos pérdida del habla expresiva. Me dijo:   - mi vida está llena de notas, pongo recordatorios por todos lados.
En ese momento sonó su nombre, y ella y su marido entraron a por los resultados. Cuando salió nos intercambiamos los teléfonos, y esa misma tarde me escribió para preguntar qué tal había terminado mi consulta. Empezó a ejercer de veterana ese mismo día.
Tenerla a ella era como tener una ventana por la que mirar al futuro. Se convierte en el espejo en el que te miras. Veía en ella cómo yo quería estar las siguientes semanas, los siguientes chutes. Mi objetivo era ser como L.
Y no hablo de nada médico, ya que en esta cadena de veteranos y novatos tenemos claro el papel primordial e insustituible de los oncólogos y el personal médico. Hablo de pequeñas experiencias que pueden ayudar a llevar mejor esta etapa y que no están escritas en ningún protocolo (y tengo muchos). A L. le debo la bolsa de quicos que me como en cada chute. L. me explicó con mucha antelación que cuando te dan los taxanos, al menos en nuestro hospital, si la cosa va bien vas una semana por la mañana y otra por la tarde, y que la semana que vas por la tarde te libras del análisis. Gracias a L. sé que las uñas no tienen por qué verse afectadas; ahí andaba ella con su manicura permanente, mientras yo era, y soy, una esclava de la cisteína. A esas cosas me refiero, a esos trucos aparentemente sin importancia, pero que tanto importan.
Sólo coincidimos una vez en el hospital, su gran día, su última quimio que coincidió con mi último diablo rojo. Era un día importante para las dos, pero sobre todo para ella. ¡No tenía que volver a los sillones azules! Ahí estábamos las dos, comiendo quicos y  esperando un futuro mejor, un futuro en el que no nos falten las palabras.  
No nos hemos vuelto a ver,  pero seguimos en contacto. Ella me dice que se olvida de muchas cosas, pero no hay ni un solo lunes que no me escriba para ver cómo me ha ido el chute. A ella le han dado sus 30 sesiones de radioterapia y ha terminado hace unos días. Se ha graduado con honores, y yo, espero hacer lo mismo.
Por desgracia, a una conocida, que ahora es una amiga, le diagnosticaron esta enfermedad unos meses después que a mí. Como tanto me ha ayudado esta relación con L. asumí, con su permiso, convertirme en su veterana. Es mi novata, bueno ya no lo es tanto porque lleva la mitad de sus quimios, y eso es mucha experiencia acumulada.  Es fácil, me ha tocado una novata decidida. No pretendo ser el espejo en el que se mire; es más, muchas veces es ella la que me está enseñando cosas a mí. Expertas aprendiendo de novatas, y neófitas aprendiendo de veteranas, la mejor simbiosis.

La cadena perfecta, para que cuando llegue la niebla siempre haya  alguien que te recuerde la palabra… 

sábado, 15 de octubre de 2016

Octubre rosa para negros pensamientos

Llega el otoño, llega octubre, y no todo son tonos marrones por las hojas que caen, hartas, como yo, de un verano eterno. Octubre es también rosa. Todo el mes se tiñe de este color, aunque el día grande, el rosa más intenso, es el diecinueve, Día contra el Cáncer de Mama.
La marea rosa supone un sinfín de actividades informativas, charlas sobre prevención, congresos destinados a los que la prevención nos falló, tanto mujeres como hombres, que también los hay; conciertos benéficos,… Metros y metros de cinta rosa lista para lucir sobre nuestras solapas; solapas que cubren pechos sanos,  y otros que están en ello.
No sé si siempre ha sido así, o que este año soy yo la que está particularmente sensibilizada con el tema, pero me llega información por todos lados. Los “Días Internacionales contra” no han tenido mucha relevancia en mi vida, pero es como si a partir de ahora, el 19 de octubre esté destinado a convertirse en una fecha importante. Un extraño aniversario, que por desgracia tengo que compartir con demasiadas personas, unidas como estamos por el raso rosa.
El rosa, color que representa a las mujeres, ya que mujeres somos la mayoría de afectadas. Mujeres a las que seguramente ni siquiera les guste este color. Como es mi caso, que fui una de esas extrañas niñas cuyo color favorito era, y sigue siendo, el amarillo. Y ahora formo parte de esta multitudinaria marabunta rosada.
El color que este mes lo inunda todo se asocia a cosas dulces; es un color agradable, bonito, tierno. El amor podría ser rosa. Ver el mundo de este color es ver el lado bueno, es hasta empalagoso de tanto optimismo.
Imagino que por eso lo eligieron como representativo para el lazo contra el cáncer de mama. Por ser un color femenino principalmente, pero también por ese intento de ver la enfermedad un poco menos agresiva, con un poco de optimismo, con toques rosados. Pues ni por esas me gusta. Pero ni aunque los lazos fueran amarillos me gustarían, y es que no se me ocurre un color que consiga representar los sentimientos que me produce. ¿Qué color se le pone a una enfermedad?
Quizá los malos pensamientos, los miedos, la dureza del diagnóstico, la incertidumbre ante el abismo es de color negro. Pero entiendo que no es buena idea elegir el negro como color representativo, ya que más que un lazo esperanzador sería un crespón que mataría cualquier atisbo de optimismo. Descartado el negro, por muy negros que sean mis pensamientos.
Aunque esos "negros" poco a poco se han ido diluyendo, la información que recibo estos días me está recordando algunos de aquellos oscuros momentos. Es como si la marea rosa estuviera sacando a la luz todo lo malo que la enfermedad significa. Removiendo el fondo, dejando que vuelvan a la superficie ideas tristes que ya estaban muertas y enterradas.
No quiero culpar a nadie de mis momentos oscuros, y menos a este movimiento solidario que tanto bien hace a pacientes, familiares e incluso a personas ajenas a la enfermedad, pero aún ha pasado poco tiempo desde que un trozo de este larguísimo lazo rosa me pertenece, y todavía estoy luchando por teñir de rosa mis momentos negros.
Hoy sin ir más lejos, he conocido la historia de una chica que pasó por esto el año pasado, a los veintidós años. Su testimonio me ha estremecido. No por duro, que todos lo son; no por su juventud, porque nadie es demasiado viejo como para estar enfermo, sino porque su historia me ha recordado a la mía. Verla a ella ha sido verme a mí misma hace apenas unos meses. Cuenta en uno de sus vídeos que pensaba: -¿Cómo va a ser malo con lo joven que soy?-. Ella es más joven que yo, mucho más, pero yo me repetía esa misma frase una y otra vez. Volverla a oír ha sido volver al pasado.
No quiero quedarme en ese pasado, quiero ver la parte rosa de nuestra negra historia. Y nuestro presente es que aquí estamos las dos, que ni sumando nuestras edades estaríamos jubiladas, haciendo frente a la enfermedad, sin arrugas de expresión, sin plan de pensiones, sin tregua.
Porque está enfermedad es muy negra, lo es, pero también hay mucho rosa. Puede que los testimonios evoquen los peores pensamientos, pero en cada uno de ellos hay un hueco para el lazo rosa, que recuerda que hay esperanza, que hay que ser optimista, porque la curación es una posibilidad y la ciencia no descansa.
Cada año en este país nos sumamos veinticinco mil nuevos casos, veinticinco mil solapas, demasiados testimonios llenos de negros matices. Difícil convertirlo en optimismo. Pero, por suerte, los colores se pueden cambiar, existen tintes capaces de convertir en rosa historias que ayer fueron grises o incluso muy negras.
En eso consiste, en fijarse en las personas que han conseguido dejar atrás los malos pensamientos, los oscuros detalles, la tristeza. Son el espejo en el que me miro hoy, intentando aprender, para que en mi siguiente aniversario, ya que el de este año me ha pillado muy verde, yo pueda ser el testimonio del que alguien saque una rosa conclusión.
Eso somos cada uno de los veinticinco mil nuevos casos, una ola dentro de esta marea rosa. Olas que en solitario no tienen mucho sentido, pero que todas juntas conseguimos dar optimismo al inmenso mar que supone el cáncer de mama.
¿Mal de muchos consuelo de tontos? De eso nada. Mal de muchos...Octubre rosa.
Je vois la vie en rose...   

martes, 4 de octubre de 2016

Soy más que una teta

Empecé ayer a escribir en la sala de espera del Hospital de Día, esperando al quinto taxol, cinco de doce o, como me gusta más expresarlo, casi seis. Mi hígado está mejor, muchísimo mejor;  las transaminasas han vuelto a su cauce, otra cara para mi moneda.
Es la primera vez que escribía desde allí, rodeada de personas que perfectamente podrían ser los autores de estos textos, o de otros mucho más interesantes. Con levantar un poco la mirada, he contado catorce brazos con una vía puesta, catorce personas esperando tratamiento llenas de historias que tendrían como denominador común un diagnóstico desfavorable y una sala de espera con sillones azules llena hasta la bandera. Se nota que es lunes… Como si el cáncer supiera de días…
Como contrapunto a la seriedad del lugar y a las desgracias que me rodean, incluyendo la mía, quiero escribir sobre algo aparentemente superficial. Sólo aparentemente. La imagen corporal. Hablaré de belleza, de oncoestética, tremendo oxímoron, enorme paradoja en una palabra de doce letras. Belleza y cáncer es un binomio difícil de resolver.
Hay un montón de variables que escapan a mi control, para muestra mi botón hepático, y frente a ellas poco puedo hacer. Soy mera espectadora. Mi oncóloga y el tiempo son los que mandan, y lo único que me queda y de hecho hago, es preocuparme. Sólo gano calentamientos de cabeza, soy consciente, pero es muy complejo quedarme en el patio de butacas, cuando la obra que se representa, tiene como protagonista mi salud y mi cuerpo. No quiero esperar sentada a los aplausos.
Hay otras cosas que dependen de mí, y en ésas pongo todo mi empeño. Entre ellas, está mi imagen corporal. He intentado e intento no tener “mala cara”, quizá con el objetivo de convencer al mundo y a mí misma, de que si no pareces una enferma, quizá no lo estés tanto. Engañar al espejo, crear un reflejo atractivo que ayude a la mente a sentirse sana. Y si la mente lo cree, el resto del cuerpo irá detrás. Tengo grabadas en la mente las palabras de la oncóloga el día de la primera consulta: “- Si tú no te lo crees,  seguro que irá mal. He visto casos así”. Desde entonces, cada vez que el ánimo decae y las lágrimas se me escapan, cada vez menos, aunque todavía más de lo que me gustaría, a la tristeza del momento, le sumo la culpabilidad de no estar ayudando al cuerpo a curarse. Por tanto, si mantener un buen aspecto físico puede ayudar, haré todo lo que pueda por conseguirlo.
No hablo sólo de la peluca, que tiene los días contados. Me he dejado llevar por todo lo que puede mejorar mi reflejo. Cejas micropigmentadas, por si la quimio acaba con ellas, agua termal y otras cremas creadas ex profeso para oncoguapas como yo, dispuestas a no escatimar en gastos durante esta etapa, tratamiento de cisteína para las uñas…y los labios permanentemente pintados de rojo, como me ha enseñado mi tía, que no es amazona pero es la persona que mejor cara le ha puesto al cáncer una y otra y... hasta un millón de veces. Rojo pirata y a por lo que venga, las veces que venga.
Parece que no está yendo del todo mal. Hay quien al verme le sorprende mi aspecto y me comenta que me ve estupenda, y algunos incluso guapísima. Puede ser por todos estos cuidados; puede ser porque quizá esperaban encontrar un cadáver delgaducho y de piel cetrina; puede ser porque, salvo excepciones, es gente que me quiere y ve lo mejor de mí. Algunos incluso opinan que en mí los venenos son el mejor tratamiento de belleza (así somos las malas hierbas). Yo, sin embargo, creo que estoy en los cero grados de la belleza, ni más guapa ni más fea que antes. Y me conformo.
Leyendo esto puede parecer que lo tengo todo controlado, estéticamente hablando, pero cuando me miro al espejo no veo toda esa belleza en la que tanto invierto y que el resto de gente sí parece apreciar. Por desgracia, el atractivo personal, esa suma de todos los atractivos, no sólo tiene un componente físico; hay una parte que no se ve y que es igual o más importante. El problema es que no puede maquillarse, ni microtatuarse; no hay carmín que la enmascare. Es el otro lado de mi espejo. La autoestima.
Me digo una y mil veces que soy más que una teta, y que a quien no sepa verlo no merece la pena dedicarle ni un segundo. Pero, ¿y si soy yo la que no veo más allá? ¿Cómo voy a culpar el rechazo de la gente si yo misma no he terminado de aceptar mi reflejo? Aún no ha sido la operación y no me he tenido que enfrentar a la tan temida y gigante cicatriz, a la amputación de una parte de mi cuerpo que,  aunque prescindible, es mi cuerpo. O lo fue. Sé que soy más que una teta, pero mi teta es importante.
De momento sólo tengo una pequeña cicatriz de la biopsia del ganglio centinela y otra de la biopsia del pezón. Son pequeñas, pero me recuerdan cada día que esa teta va fuera. Como ya hay bastantes cosas (de las que no puedo controlar) que me recuerdan cada día mi situación, he dejado de mirarla. Actitud cobarde, quizá, pero mi otro lado del espejo, a modo de protección, la ha distorsionado, imagen no apta para personas insatisfechas con su cuerpo; y no la veo. Ya se sabe, ojos que no ven, autoestima que te sube.
No sé qué pasará con la cirugía, ni cuándo será la reconstrucción, ni como seremos mi cuerpo y yo dentro de unos meses, de un año. Espero que con el tiempo consiga ver las cicatrices presentes y futuras como lo que son, rayas para el tigre, recuerdos de una victoria, más allá de las pérdidas ocasionadas por el camino. En todas las peleas tanto el vencido como el vencedor salen perdiendo,  y en la mía, no iba a ser de otro modo. Yo perderé una teta, eso está claro, pero por suerte, soy y seré más que una teta. El cáncer, el otro bando, perderá mucho más. De eso estoy segura.
Y entonces me podré poner ante el espejo sin censurar mis cicatrices y decir: “Espejito, espejito mágico, ¿quién sigue aquí a pesar de todo?”