jueves, 7 de junio de 2018

¿Como si nada?


El comienzo de mi historia como amazona zurda fue de golpe y sin avisar, como lo hacen los momentos que te cambian la vida y que sabes que ya nunca olvidarás. El final, sin embargo, está siendo muy meditado, ya que han sido muchas las ocasiones en las que me he sentado ante un folio en blanco, dispuesta a recapitular la historia de mi cáncer. Hasta hoy me ha resultado imposible ponerle un punto final porque, pese a mi insistencia en hacerlo tras cada capítulo que escribía, siempre quedaba pendiente una revisión, un análisis o una operación. Hasta ahora, y muy a mi pesar, todos mis puntos eran suspensivos…
Ha llegado el momento de despedirme, y no se me ocurre una idea mejor para escribir un epílogo que hacerlo usando algunos de los títulos de las entradas del blog. Cada uno de los capítulos de “Una Amazona Zurda” representa un trozo de mi camino para llegar a este punto y final, al verdadero fin de esta historia y el principio de todas las demás.
He cerrado este enorme círculo dos años después de la primera sesión de quimioterapia, de ese veneno para vivir, del día en que estrené mi carpeta rojala misma que ahora coge polvo en una estantería y que ya sólo abro cada seis meses para las revisiones. El lunes me operaron. La tercera, la última y espero que la definitiva. Volver al quirófano ha supuesto volver a tiritar de frío y miedo mientras esperaba que la anestesia me nublara la vista, despertar sin recordar exactamente qué me habían hecho esta vez, mirar desesperadamente los drenajes (ahora mismo llevo dos y los miro cada cinco minutos) como si se pudiera controlar el volumen de sangre de una herida sólo con una mirada, o estar boca arriba mirando el techo porque no puedes moverte ni un centímetro…Todas mis operaciones han tenido dolorosos puntos en común, y a raíz de esta última ha sido inevitable que me vinieran a la mente las dos cirugías previas, sobre todo la primera, ese doce del doce, la operación en la que la tristeza rellenó el hueco de la teta que me quitaron.
Qué largo se me hizo el tiempo desde ese día hasta el de mi segunda operación, en que con un poco más de dolor y parte del músculo dorsal, volví a tener dos tetas. La tercera operación era el recambio del expansor por la prótesis definitiva junto con la simetrización de la mama contralateral; resumiendo, la operación ha consistido en ponerme dos prótesis de silicona e intentar que queden iguales. Nunca serán las que tuve, pero ya no me importa, porque el vivir sin una teta primero y con un expansor después me ha enseñado que sí, que fui mucho más que una teta y que ahora seré mucho más que dos.
He empezado recordando las operaciones, pero no me he olvidado de todo lo que hubo antes; la niebla química no ha conseguido sacarme de la cabeza ni un sólo momento desde aquel día en que sin quererlo me tocó ser la octava, esa una rodeada de siete afortunadas y sus catorce tetas sanas. Por si a lo largo de estos dos años alguna de las sensaciones vividas ha perdido intensidad en mi memoria, he releído todos los capítulos del blog.
Se me encoge el ombligo con los primeros episodios, en realidad con todos, como si el vagón de mi montaña rusa jamás hubiera llegado a la vía muerta (o vía viva) de estar curada. Los intervalos de seis meses entre revisión y revisión se pasan volando, pero leyendo el blog es inevitable recordar lo eterno que fue ese mismo plazo cuando de quimioterapia se trataba.
La quimioterapia, ese otro gran capítulo de esta experiencia … aquel año sin verano que duró como cien inviernos, y en el que tuve que aceptar, entre otras muchas cosas, que se me iba a caer el peloRecuerdo con nitidez la fecha de las dieciséis sesiones y sus correspondientes pinchazos, así como otros muchos días grabados en mi calendario oncológico, tristes velas dignas de ser sopladas, ojalá que muchos años.
Echando la vista atrás, me he dado cuenta de que no tiene demasiado sentido recordar fechas de desgracias ya pasadas; toca tacharlas del calendario, como taché cada una de las veinticinco sesiones que duró la radioterapia.
Ha llegado el momento del amor fati, de crear un destino en el que el cáncer no sea mi primer y último pensamiento, de quitarle el protagonismo de mi existencia. Que quede relegado a momentos puntuales, a ese 9 de enero de 2022, donde si todo va bien acabará mi terapia hormonal y podremos sacar a Frozen del congelador; o todos los octubres rosas que están por venir, y en los que recordaré ese primer lazo que colgué de la solapa de mi cazadora vaquera durante un congreso de pacientes con cáncer de mama y que ahí sigue, recordándome todo lo que he aprendido sobre esta enfermedad y sobre mí misma desde ese día.
Así se presenta mi futuro, inevitablemente ligado al cáncer de mama, la enfermedad que me ha marcado igual que lo han hecho las cicatrices que me atraviesan el cuerpo.

Un futuro en el que no podré vivir “como si nada” pero en el que haré lo posible por hacerlo “a pesar de todo”.

En este cuento no hay un continuará. Y punto.

sábado, 27 de enero de 2018

Dos tetas...


Algunas heridas son tan pequeñas que, en el caso de dejar una cicatriz, a veces ni recuerdas qué las causó. O las vas olvidando y con ellas, la memoria de un fugaz dolor. Pero las grandes cicatrices son otra historia, recuerdos de grandes heridas, tan dolorosas que fue necesario hilo y aguja para intentar cerrarlas. En cualquier caso, sean grandes o pequeñas, esa piel ya nunca volverá a ser la misma.
Aprendí a vivir sin una teta y con una cicatriz, de las grandes, de las que duelen, de las que te atraviesan el tórax y el alma. La mía era una delgada línea que separaba lo que pudo ser y no fue de lo que tuvo que ser y será. Esa costura me recordaba los planes que jamás cumplí, ese cumpleaños que celebré sin velas en un quirófano, el pelo que perdí, las tetas que no recuperaré y las risas que se ahogaron entre lágrimas. En ese lado estaban las noches sin dormir, el eterno nudo en el ombligo y la pena, mucha pena.
Pero todas las líneas separan dos planos, dos partes, dos mundos, dos vidas. Y eso también lo hizo mi cicatriz. Era el recordatorio de que hubo un día en el que la fuerza le venció al sufrimiento, de que sobreviví al cáncer, o mejor, que sobreviví a la vida misma. Era el lado de las cosas buenas que estaban por venir, de las personas que no me dejaron rendirme, de los planes B, siempre mejores que aquellos a los que el cáncer convirtió en papel mojado. Durante todo ese año, tuve que quererme de cicatriz para dentro y retomar mi vida de prótesis hacia fuera. Y, más o menos, creo que lo conseguí. En cualquier caso, hablo de ella en pasado.
Esa cicatriz ya no está, porque hace dos semanas entré de nuevo al quirófano para reconstruir lo que un día me quitaron. La primera de las dos operaciones, ya que aún no está todo terminado y unas tetas perfectas llevan su tiempo. Consiste en que cogen parte del músculo dorsal y piel de la espalda y lo pasan por un túnel por debajo de la piel a la altura de la axila y…. tachán…te hacen una teta. Lo he resumido en una línea, pero no es una operación sencilla, y no hablo de la técnica que desde luego, no controlo.
Es difícil explicar que aun siendo estética, una cirugía no es divertida, y aunque a la mayoría se lo parezca, reconstruir una teta “no es lo de menos”.
Me desperté de la anestesia llorando. No lo recuerdo, pero no me extrañó cuando me lo contaron… Hay cosas que nunca cambian y yo seré una llorica, independientemente del número de tetas que tenga… Lo que sí recuerdo es que miré mi silueta tapada por la sábana y notaba que ahí había algo. Levanté un poco la sábana y miré, y ahí estaba…es la teta de Frankestein, hecha con un trozo de mi espalda, pero es mi teta y me gusta.
La miré varias veces, o quizá muchas, poco más podía hacer, ya que durante 24 horas, tuve que estar en la URPA, la unidad post-anestesia donde estábamos la flor y nata de los operados de ese día, vigilados de manera continua para evitar que alguna complicación estropeara nuestro sueño de nunca volver a estar allí. Boca arriba, sin poder moverme, con un manguito que me tomaba la tensión cada 15 minutos, día y noche, y un sensor de saturación de oxígeno que a poco que se moviera del dedo hacía que saltaran todas las alarmas. Pensé mucho y dormí poco, a pesar del colocón de enantyums, nolotyles y hasta morfina (aunque esta operación “es lo de menos” duele bastante). Mientras observaba a los compañeros de habitación que mi limitada movilidad y mi postura me permitía, fui consciente de que las seis personas que allí estábamos, teníamos en común una noche en vela y una nueva cicatriz, de las que no se olvidan, porque siempre nos recordarán que son otro paso dado.
Unos habrían dado una gran zancada y otros quizás dimos un paso pequeño porque ya llevamos mucho camino recorrido, pero en cualquier caso, pasos son.
Y si algo he aprendido de esta enfermedad es que para poder avanzar, a cada paso que se va dando, hay que echarle mucho valor. Cada vez que me miraba la teta nueva pensaba en que otra vez había llegado el momento de buscar y sacar esa fuerza que una vez tuve y que guardé, creyendo que una vez terminado el tratamiento, no la volvería a necesitar.
La recuperación física está siendo llevadera, sobre todo cuando te quitan los drenajes y el paso de los días hace desaparecer al robot que controla tus movimientos. Las nuevas y estéticas cicatrices me tiran un poco, la espalda me molesta, el brazo izquierdo lo muevo poco, llevar una faja día y noche no es divertido y tengo la sensación de que jamás volveré a dormir boca abajo, pero lo que más cuesta sin duda es volver a encontrar la fuerza de aquella amazona zurda. La misma que tuve que sacar para que una teta no tuviera la capacidad de destruir 35 años de autoestima. Fuerza para ir mirándome y que duela cada día un poco menos. Fuerza para terminar la fase que ahora empieza y que me da que no será un camino de rosas.
La cirugía plástica me ha quitado una gran cicatriz y me ha dado una nueva teta, y a mí me corresponde conseguir que mis heridas no sangren de pena. Es el momento de aprender la enésima lección de vida, de quererme de cicatriz para fuera, de aceptar lo que fui, lo que soy y lo que nunca seré.
Tiran más dos tetas...Así que si ya lo hice una vez con sólo una, volveré a conseguirlo con las dos.